El otro día estaba matando gente en el Call of Duty 4, me encanta matarlos a todos, en ocasiones incluso no los mato e intento alargar lo más posible el momento para clavarles un cuchillo o mantenerme en su espalda hasta que se dan la vuelta y les disparo mientras me miran. Pero no hay nada como entrar con una escopeta en ese bloque de edificios en el que los francotiradores se apiñan en los balcones y destrozarlos a todos mientras se levantan nerviosos intentando sacar su triste pistola. Que bonito.
A lo que iba, andaba yo por ahí muriendo y matando a placer cuando pensé… eh, ¿y por qué no dejo de matarles? Así que eso hice, cogí la metralleta más grande y entré a una partida de todos contra todos. Al principio la forma de actuar parecía sencilla, me acerco a un tío y no le disparo. Cuando empecé a notar que no pillaban mi filosofía me replantee la estrategia y empecé a acercarme lentamente. Algunos parecían entenderlo y no disparaban justo en el momento que me veían, pero desafortunadamente, la mayoría disparaban al primer contacto visual.
Dicho así parece estúpido, pero cuando llevaba media hora haciéndolo empezó a ser triste y pensé en todos esos chavales de 20 años a los que Bush mandó a Irak a matar y morir. Sin poder hablar y armados hasta los dientes lo primero que se les pasa a todos por la cabeza es liarse a tiros. A todos menos a un chaval con el que me encontré un día. Después de rondarle en varias ocasiones nos atrincheramos en una casa junto al mercado de la pantalla District.
Y arrasamos.